Si bien nuestra piel tiene el primer contacto con el medio ambiente es el sistema digestivo quien tiene aún mayor superficie de contacto con el exterior ya que la superficie total de la piel es aproximadamente de 2 m2 (una mesa para 4) y la de nuestros intestinos es de más de 300 m2, equivalente a una cancha de tenis.
A través del alimento ingresamos por vía oral muchas “cosas”. Y por eso en el sistema digestivo están albergadas las mayores defensas (más del 80% del sistema inmune). Para permitir el paso de lo bueno y bloquear lo que no lo es.
Si demasiadas sustancias no deseadas ingresan, empezamos a dañar este sistema de defensa y repercuten en todo nuestro cuerpo, incluyendo la piel. Los síntomas de un sistema digestivo con demasiado trabajo y un organismo fatigado (con un sistema inmunológico hiperactivo) comienzan a manifestarse en la piel y en los pulmones. Incluso si no se presentan molestias digestivas las causas de estos síntomas están mayormente en el sistema digestivo.
Estas malas condiciones suelen causar una disbiosis (desequilibrio en la microbiota intestinal) y luego el famoso intestino permeable. Aquí ya nuestro intestino permite el paso de sustancias nocivas a la sangre provocando diversos inconvenientes.
Los síntomas más frecuentes que delatan un mal funcionamiento del sistema digestivo son:
“Hincharse” o sentir sueño luego de comer, cansancio, estreñimiento, diarrea, gases. Gastritis, reflujo gástrico. Colon irritable, problemas de concentración. Rosácea, lupus, acné. Dermatitis atópica. Estos síntomas son los más frecuentes.
Ninguno de estos síntomas son normales, quizás sean frecuentes porque muchas personas los padecen pero definitivamente no son normales.
La piel es un órgano complejo y una de sus funciones principales es la depuración: eliminar toxinas.
Si mi alimentación y el entorno en donde vivo está repleto de toxinas entonces mi piel y mi organismo tendrán mucho que eliminar.
Y claro que no es un órgano aislado, necesitará varios aliados que también funcionen bien: El hígado, los riñones, el páncreas, los intestinos, los pulmones, entre otros.
Nuestro organismo es como un juego de domino: Si algo va mal, todo va mal.
Pero si algo comienza a ir mejor, todo va mejor. Por eso un pequeño cambio en un hábito puede desencadenar la mejoría a nivel integral, puede ser el impulso que nos conduzca a la plenitud.
Para que ese impulso no se pierda necesitamos: Intención, decisión y acción.
Y no menos importante voluntad. Voluntad de dejar atrás malos hábitos que nos generan “placer” y son adictivos.
Hoy “mejor”, mañana peor.
Una vez decididos al cambio todo se va dando, un efecto en cadena positivo al mejor estilo domino.
Pero hay que decidirlo. Nuestro estilo de vida será clave.
Estilo de vida
Será determinante sobre nuestra dermobiota y también sobre la microbiota.
Un estilo de vida que combine la buena alimentación, con la respiración, la meditación y el movimiento. Una “Combinación Vital”.
Todo modelará nuestras hormonas, emociones y pensamientos. La calidad de nuestra sangre, de nuestro sistema inmunológico.
Sin muchas más palabras mejorará la calidad de nuestra vida (y la de las personas que nos rodean).
Por eso no alcanza con hacer una “dieta” unos días o una depuración.
El verdadero cambio está en el estilo de vida que mantenemos en un largo periodo.
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